Contra el mito del capital raro: la economía social como brújula en tiempos financieros

Subtítulo: Mientras el Nuevo Capitalismo Financiero captura instituciones y monopoliza el futuro, la economía social ofrece un marco analítico alternativo: no idealista, sino más realista para entender el desempoderamiento sistémico actual.

Del neoliberalismo a la captura financiera total

Desde la crisis de 2008 hemos presenciado algo más profundo que un giro de política económica: el paso de un neoliberalismo en retirada a una forma más sofisticada de dominio que podríamos llamar Nuevo Capitalismo Financiero (NFC). Como explica Davide (autor del blog y Substack “Critica de economía política), esta nueva arquitectura no se limita a desregular mercados, sino que captura directamente las instituciones públicas, convirtiéndolas en garantes de la rentabilidad privada a través de esquemas como las asociaciones público-privadas (PPP) o el de-risking.

El NFC es más que una fase técnica: es una arquitectura ideológica que se autopresenta como natural e inevitable. Una versión sofisticada del TINA («There Is No Alternative») donde:

  • El capital tiene derechos de gobernanza porque es escaso y móvil
  • Los Estados deben atraerlo y protegerlo, no regularlo ni redistribuirlo
  • Las instituciones públicas deben volverse «inversionables» o volverse irrelevantes
  • El desarrollo es financiarizable o simplemente no será

Esta lógica ha penetrado tan profundamente que incluso construcciones supranacionales como la Unión Europea —diseñadas originalmente para crear poder colectivo frente a los mercados— terminan subordinadas a la misma arquitectura financiera que pretendían regular.

El desempoderamiento europeo como síntoma sistémico

El conflicto arancelario entre Trump y la UE de mayo-julio de 2025 ilustra perfectamente esta dinámica. Con la reactivación del mismo a raíz del anuncio de Trump de la nueva fecha límite del 1 de junio, numerosos analistas europeos han vuelto a señalar una realidad de las relaciones económicas entre la UE y USA: mientras Europa mantiene un superávit en bienes industriales frente a Estados Unidos, sufre un déficit estructural en servicios financieros y tecnológicos. Esta asimetría no es casual: refleja cómo una economía «real» —industrial, productiva— queda sistemáticamente subordinada a una economía financiarizada donde Europa carece de control. Se traslada así a la dinámica de bloques, la asimetría que sufren los ciudadanos y las empresas con dicha financiarización.

Pero no nos engañemos: la UE no es víctima inocente de esta lógica. Su déficit democrático estructural la hace especialmente permeable a la captura financiera. Su compleja arquitectura institucional facilita la tecnocracia y aleja las decisiones de la ciudadanía. Las mismas élites que diseñaron el euro como proyecto de integración económica han terminado gestionando un espacio donde la soberanía monetaria se subordina a la estabilidad financiera, y donde la política fiscal queda limitada por criterios de «sostenibilidad» definidos por los mercados.

El desempoderamiento europeo no es una anomalía: es el síntoma de cómo el NFC erosiona la capacidad de acción colectiva incluso en instituciones donde cedemos soberanía precisamente para afrontar estos desafíos.

La economía social como marco analítico: más realista, no más idealista

En este contexto, la economía social (ES) suele ser reducida a su expresión organizativa: cooperativas, mutuales, fundaciones como «alternativas locales» simpáticas pero marginales. Esta lectura es no solo insuficiente, sino equivocada.

La economía social, leída desde Carlo Borzaga, Jean-Louis Laville o Karl Polanyi, es en realidad una propuesta de economía política que describe mejor cómo funciona (y cómo podría funcionar) la economía en sociedades humanas reales. No es una prescripción utópica, sino una descripción más completa que desarma los mitos fundacionales del NFC.

Frente al mito de la escasez del capital, la ES muestra que los factores productivos incluyen vínculos sociales, motivaciones relacionales, conocimiento situado y capacidades de gobernanza colectiva que no se pueden financiarizar sin destruirse.

Frente al mito de la eficiencia financiera, la ES demuestra que la eficiencia real —la que produce bienestar duradero— requiere arraigo territorial, reciprocidad social y democracia económica.

Frente al mito de la inevitabilidad, la ES revela que la economía está siempre embebida en la sociedad (Polanyi), y que desarraigarla produce exactamente las convulsiones que vivimos: desafección democrática, pérdida de sentido colectivo, desigualdad radical.

En otras palabras: la ES es una economía política más realista, no más moralista. Un marco que ve la economía como campo político, institucional y social, no como esfera puramente técnica regida por leyes naturales.

Desarmar la inevitabilidad: el poder de la descripción alternativa

La verdadera potencia de la economía social como marco analítico no está en proponer soluciones organizativas específicas, sino en desactivar el carácter de destino del NFC. Al ofrecer una descripción alternativa de cómo funciona realmente la economía, la ES revela que:

  • La gobernanza económica es siempre una construcción política, no una necesidad técnica derivada de la escasez del capital
  • Las relaciones de poder económico son contingentes, no naturales: pueden organizarse bajo otras lógicas donde el trabajo, la comunidad y el territorio también estructuren decisiones
  • El Estado no tiene por qué ser garante del capital, sino que puede ser constructor de instituciones del común cuando recupera capacidad de acción colectiva
  • Las alternativas ya existen, incluso si son marginadas por el discurso dominante: la economía popular, las finanzas éticas, la producción comunitaria, las redes de cuidado

La verdadera rareza no es el capital, sino la voluntad colectiva de reconocer que otro mundo ya está siendo construido.

Esta capacidad de «descripción alternativa» es especialmente relevante cuando incluso instituciones supranacionales como la UE experimentan impotencia o desempoderamiento (powerlessness como señala Grace Blakeley) frente a la arquitectura financiera global. Si la impotencia alcanza a los bloques de poder más grandes del planeta, es porque el problema no es de escala, sino de marco analítico y político.

Conclusión: recuperar el poder de nombrar la realidad

Como señala Grace Blakeley, el sentimiento dominante hoy es el de desempoderamiento sistémico. La economía se siente como una fuerza exterior, inevitable, opaca. Pero este sentimiento no es psicológico: es estructural. Refleja cómo el NFC ha logrado monopolizar la descripción de la realidad económica.

Frente a ello, la economía social ofrece algo más que soluciones locales o formas organizativas alternativas: ofrece una relectura del presente que desarma la inevitabilidad del NFC y un marco normativo abierto al conflicto, al arraigo y a la justicia.

No se trata de romantizar cooperativas ni de postular recetas técnicas. Se trata de entender que otra economía es posible porque otra economía ya existe, y que el primer paso para construirla es dejar de creer que la que tenemos es natural.

El desempoderamiento europeo frente a Trump no es una anomalía geopolítica: es el síntoma de un sistema que ha erosionado la capacidad de acción colectiva a todas las escalas. Recuperar esa capacidad empieza por recuperar el poder de describir la realidad económica de otra manera. Y aquí es donde los partidos y otros actores políticos que quieran recuperar margen de maniobra frente a los mercados financieros tienen en la economía social no solo un marco teórico, sino una hoja de ruta hacia la soberanía económica real.

La economía social nos ofrece esa descripción. Ahora toca utilizarla.

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